¿Una horrible pesadilla o realidad?


Para el joven provinciano Carlos Figueroa la situación económica y las posibilidades de conseguir trabajo en Caracas no eran buenas, por lo que decidió regresarse a Ciudad Bolívar, a vivir en una vieja casona que le habían cedido unos familiares y que por mucho tiempo había permanecido vacía…casi abandonada. Allí, con su joven esposa embarazada, Figueroa trabajó arduamente hasta restaurar los pocos muebles que aun quedaban en aquella casa solariega. A los pocos días, tras varias diligencias, el preocupado esposo logró emplearse como agente vendedor en una firma comercial de la localidad, por lo que tuvo que viajar y dejar sola a su mujer por varios días. Una noche, estando sola en casa, mientras ella bordaba en la espaciosa sala frente al jardín, repentinamente sintió un desagradable y fuerte viento acompañado por una tormenta y espesa niebla – sumamente extraña en una zona tropical como esa – donde podría decirse que nunca se observaba ese tipo de fenómeno. Era tan densa la niebla, que en cuestión de segundos parecía más bien que estaba en otro extraño lugar, lúgubre y frío. De repente, las ventanas de madera de la vieja casona comenzaron a abrirse y cerrarse alocadamente, produciendo un horripilante ruido durante unos minutos que parecían siglos. Impactada por el suceso y sumamente nerviosa, sin saber qué hacer, la joven mujer comenzó a oír también fuertes ladridos de un perro aparentemente desesperado, que arañaba con fuerza la puerta de madera del viejo caserón. Pidiéndole protección a Dios, se llenó de valor y se dirigió a una de las ventanas para mirar hacia la calle pero no divisó animal alguno. ¿Había desaparecido o era sólo producto de su imaginación?. Inmediatamente se dirigió hacia la puerta del zaguán y la abrió rápidamente, pero…¡tampoco había nada!. Llena de terror, regresó a la sala, se sentó, y comenzó a rezar con los ojos cerrados, pero no había terminado de sentarse, cuando oyó mucho más cerca los ladridos y sintió que un animal arañaba furiosamente las patas de la mecedora donde ella estaba sentada. Haciendo un gran esfuerzo, abrió los ojos, en el preciso momento que un enorme perro negro de largos dientes se abalanzaba sobre ella. La terrible impresión la hizo desvanecer, perdió el conocimiento, y cayó al suelo cuan larga era. Inconciente permaneció hasta las primeras horas de la mañana cuando volvió en sí. Al percatarse de su situación, se levantó e inmediatamente revisó alrededor y en el jardín, pero, extrañamente no había rastro de nada, ni siquiera del rocío matinal. ¿Había sucedido realmente aquel espantoso hecho o se trataba de una horrible pesadilla? Para su tranquilidad, su esposo regresó ese mismo día en la tarde. Tras enterarse de lo sucedido, comenzó a revisar minuciosamente la casa, y, al acercarse a la mecedora, observó que sus patas estaban fuertemente arañadas y en ellas había huellas de sangre. Demás esta decir que, a la semana siguiente, los Figueroa abandonaron aquella vieja casa embrujada para no volver jamás. Carlos Figueroa y su esposa hoy día viven en Barquisimeto. Son padres de tres hijos que les han dado hermosos nietos. El suceso aquí narrado sucedió en 1968, y tanto él como su esposa, dan fe de lo sucedido en esa oportunidad.

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