La muerte es un misterio porque todos sabemos que vamos a morir, pero nadie sabe cómo ni cuándo. Asimismo, sabemos que, como fin de la vida, es lo opuesto al nacimiento. Pero, ¿es definitiva? Parece serlo ya que hasta ahora la ciencia no ha sido capaz de lograr la recomposición del proceso homeostático. No obstante, existen diversas religiones que sostienen que puede ser reversible, creyendo en un poder sobrenatural capaz de resucitar a los muertos, mientras que otros mantienen esperanzas en el surgimiento de procesos que logren paralizar el deterioro termodinámico de un cuerpo orgánico, aplicando técnicas de reanimación como la criónica. Por Humberto Zárraga La muerte nos impacta porque nuestra mente no está preparada para aceptarla como un hecho lógico y natural, y por ello, las consecuencias psicológicas que se derivan de la casi siempre inesperada y sorpresiva ruptura, obligan a nuestro cerebro a cambiar fisiológicamente las conexiones de las neuronas. De este modo, el cerebro puede inhibir el riego sanguíneo produciendo un shock y posible pérdida de conciencia (mareos, vómitos, malestar general, nerviosismo, desmayo, cefaleas, migrañas, etc.). De este modo, el dolor emocional guarda relación con el concepto que los allegados tengan sobre la vida y la muerte, puesto que a menudo la muerte está precedida por el sufrimiento resultante de una enfermedad, trauma o envejecimiento, ésta nos infunde temor y aunque la vida es lo más valioso, la muerte nos rodea y, aún así, nadie desea morir ni que mueran sus seres queridos. Si pudiéramos predecirla, tal vez sería diferente porque dejaríamos asegurado el futuro de los seres que nos sobreviven, pero es tan impredecible que su llegada siempre se cataloga como injusta, y a pesar de los esfuerzos por evitarla, continúa siendo la cosa más segura que tenemos. Nadie escapa de ella y ante ella todos somos iguales. Todos moriremos, bien en la niñez, en la juventud, en la ancianidad, bien como resultado de una enfermedad, en un accidente o en cualquier otro acto violento, sin importar que seamos pobres, ricos, hombres, mujeres, buenos, malos, o cuáles sean nuestras creencias filosóficas o religiosas. Debido al gran temor que nos infunde, nuestro instinto de conservación es muy fuerte, por lo que nos esforzamos en tratar de mantenernos jóvenes y saludables, seguimos dietas y programas de ejercicios, mientras que la ciencia busca los genes responsables del envejecimiento y de numerosas enfermedades. En nuestra cultura no existe una psicopatología de la muerte, por ello es difícil aceptarla. Desde tiempos antiguos pensadores como Platón, Aristóteles y Sócrates se enfrentaron a esta interrogante. De igual modo, científicos y teólogos buscan la respuesta al misterio de lo que sigue siendo uno de los más grandes enigmas del hombre. ¿Qué ocurre después de la muerte? Hasta ahora nadie lo sabe. Como ser evolucionado, el ser humano ha comprendido las leyes de la materia y de la vida, pero no ha logrado lo mismo con la muerte. Por esta razón, si queremos entender la muerte, primero deberemos entender qué es la vida; pero ante estas interrogantes, filósofos y religiosos sostienen diferentes opiniones que los mantienen en desacuerdo; y mientras que religiones como la cristiana enseñan que las almas de los muertos siguen viviendo en el cielo, en el purgatorio o en el infierno, otras creen en la reencarnación o trasmigración de las almas. Frente a la tesis de que no existe nada después de la muerte y que lo único real es la existencia física, algunos filósofos aconsejan aceptar la muerte como una gran maestra que continuamente nos susurra: “Vive la vida en el aquí y ahora, sin dejar situaciones inconclusas, pues no sabes que llegará primero, si la muerte o el siguiente día”. Si lo hacemos, podríamos llevar una vida plena, pues al no saber en que momento ha de llegar el fin, evitamos dejar asuntos pendientes y minimizamos nuestra importancia personal. Igualmente, trataríamos de mantener una comunicación fluida y sincera con quienes nos rodean, expresando un profundo respeto y amor por todos. Al ser conscientes de que nada es permanente y que nada se pierde sino que todo se transforma, despertaremos al hecho de que nada es independiente sino que todo es interdependiente con todo y todos. Somos individuos que estamos en común-unión y por consiguiente, nuestra más insignificante motivación, acción o palabra tiene consecuencias reales en todos los niveles del universo y en todos sus tiempos. Vivamos el aquí y el ahora pues el pasado ha dejado de existir y ahora es parte del presente, y el futuro, aunque incierto, depende del momento actual; pues nace junto con el momento presente y muere con él. En la medida que seamos conscientes de que el continuo fluir de la existencia es una espiral mutacional dinámica y permanente, aprenderemos que el apego y la posesividad de personas, ideas y cosas es algo falso que nos hace daño. Aceptar la no permanencia disminuye nuestro apego y el consiguiente dolor por las eventuales pérdidas y ganamos en compasión, alegría, amor, bondad y sabiduría al confiar plenamente en nosotros mismos. “Si aprendemos a vivir, aprenderemos a morir”.
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