La soledad existencial del hombre


El ser humano ha sido es y seguirá siendo un enigma para sí mismo. Durante siglos la filosofía y la ciencia se han preguntando ¿qué es el hombre y cuál es su finalidad?, mientras que el hombre moderno pareciera no hallar respuestas a preguntas como: ¿De dónde vengo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy? ¿Tiene sentido la vida? ¿Puede tener sentido mi vida si vivo angustiado ante la muerte? Dotarla de esencia, espiritualidad o trascendencia, depende de la capacidad creativa de cada uno de nosotros para poder realizar el compromiso existencial. Según Martín Heidegger, filósofo alemán, “la finalidad del hombre es la muerte porque ella patentiza la nada”. Según la teología, estamos aquí en una realidad que llamamos existencia que nos ha sido dada a priori, carente de esencia alguna, para que la dotemos de espiritualidad y trascendencia. “Venimos de la nada porque la nada es lo que existe mientras no empezamos a tener consciencia de nuestra propia existencia. Y, tras la muerte volvemos a la nada”. ¿Hemos sido arrojados al misterio de la existencia como criaturas de efímera materia y perenne espíritu? Según el budismo, la finalidad del hombre consiste en apartarse del mundo de los sentidos para volver al mundo real que se encuentra en su interior. Sócrates sostenía que la felicidad era el fin del hombre. ¿O es el poder? pero, ¿en virtud de qué objetivo? “Desde el principio se plantea la posibilidad de descubrir el origen de la raíz metafísica del hombre. ¿Qué inmensa soledad lo embarga? ¿Es acaso un ermitaño cósmico? Quizá la muerte sea su acto más trascendental; su sino más poético; la sustancia de su filosofar; el verbo de su poesía, o el fuego de su inspiración. La muerte es el abismo donde la ciencia como cumbre del pensar práctico se diluye. Por esencia el hombre es un metafísico animal; un ente racional; una conciencia, que se divide entre lo tangible e intangible; entre materia y espíritu”. No hay nada más eterno que la muerte. Todo se acaba. Todo no es más que tierra; todo no es sino nada. ¿Acaso es tan solo transformación? Al respecto, San Agustín planteaba: "¿Fue hecho el hombre de la nada, de aquello que de ninguna manera existía? El enigma protege las relaciones humanas ya que al sabernos mortales vivimos con mayor pasión y mayor humildad. El temor a morir es permanente y una parte considerable de la propia energía vital se consume en la tarea de evitar la muerte, porque en nuestra cultura occidental no nos enseñaron a comprender la muerte como algo natural, como la puerta por la que todos tendremos que pasar. “La muerte es un mito; la verdadera soledad es la de los muertos, y la peor es la del exterior que nos comunica con nosotros mismos”. ¿Elegimos la soledad? ¿O ella nos elige? Posiblemente somos elegidos por nuestro propio destino. El hombre tiene miedo a la soledad porque teme volverse loco, porque las cosas se disipan. De repente la mirada ve y el oído oye. “Cuando estoy solo y no hay nadie a mi alrededor, cierro los ojos. Ningún ruido, ningún sonido. Sólo escucho el murmullo del silencio, y el silencio es atravesado por gritos. ¡Son los animales que viven en mí!. La soledad es mi espejo. En la soledad me veo, me encuentro, me conozco. El conocimiento de uno mismo es el más difícil de todos los conocimientos. Si uno está muy sobrecargado, si uno ve muchos rostros, si uno se mantiene en una conversación perpetua, un parloteo exterior o interior, uno no se ve. Ve los rostros de los demás, pero uno no se ve. La soledad es un espejo que retiene todo. ¿Quién soporta tener permanentemente un espejo ante su rostro? Uno se ve y siente terror. En la soledad el problema consiste en comprender que lo esencial no es actuar, sino ser. En ella se percibe el susurro del silencio que tiene voz, habla y enseña. En plena oscuridad enciende una vela frente al espejo y prueba ver tu rostro durante un minuto. No aguantarás; sentirás miedo; porque verás tu miseria; cuando lo que deberías ver es tu propia belleza, porque el ser humano es portador de luz; y lleva en sí la imagen y la chispa divina. Somos seres únicos, inigualables e irrepetibles, somos seres eternos, seres solares, seres luminosos; pero generalmente no vemos nada de eso. Aunque somos la única criatura capaz de diferenciar el bien del mal, ignoramos lo que es nuestra verdadera felicidad. Por ello, erróneamente buscamos afuera lo que se encuentra dentro de nosotros mismos.

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