Mozart ¿un espíritu reencarnado?


Wolfgang Amadeus Mozart, compositor austriaco del periodo clásico y uno de los más influyentes en la historia de la música occidental nació en Salzburgo, un frío 27 de enero de 1756, a las ocho de la noche, día en el que al parecer, los dioses concentraron toda la genialidad en un niño que sería bautizado como Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus. Esa genialidad le conduciría por los misteriosos caminos de la perfección haciéndolo destacar como un genio de la música que apenas con tres años de edad, ejecutaba el clavicordio, el órgano el clavecín, el violín y el piano, y componía música clásica; demostrando así que todo ese conocimiento lo traía de vidas pasadas, y como intérprete portentoso que era, a los cinco años compuso su primera obra orquestal y comenzó a dar conciertos; siendo la reencarnación lo único que explicaba sus prodigios musicales. Mozart pensaba la obra entera primero y luego la escribía. A los seis años ya era un virtuoso intérprete, a la vez que hacía gala de una extraordinaria capacidad para la improvisación y la lectura de partituras. A los ocho, siendo un reputado concertista, compone su primera sinfonía. En esa misma época, encontrándose en Londres en una tournée, conoce al cantante lírico Carlo Manzoli, quien lo reta a componer allí una pieza. Accediendo al pedido, improvisó en el clavecín una música como si la conociese de mucho antes. Sorprendido, Manzoli describió luego el insólito hecho: “Aquel niño parecía transformado. Sus deditos agitaban frenéticamente el teclado y la melodía parecía escapar no sólo del instrumento sino de todos sus poros; y tuve la impresión de que los dioses de la música lo estaban poseyendo. ¡Qué belleza melódica la realizada improvisadamente delante de mis ojos estupefactos!. Era capaz de memorizar una partitura para orquesta con sólo escucharla una vez, y posteriormente podía crear en su mente toda una pieza musical incluso antes de ir escribiendo la parte de cada instrumento”. Estudió música con su padre, Leopold Mozart, violinista y compositor de la orquesta de la corte del arzobispo de Salzburgo. “Wolfgang es una manifestación encarnada de la música, la trasciende en momentos de éxtasis, transpirando música bajo la influencia de una especie de escritura espontánea que lo impulsa a proyectar todo lo que le invade, como en un estado iniciático que no puede rechazar”. En 1782 se casa con Constanze Weber. Juntos vivieron acosados por las deudas hasta la muerte de Mozart. En 1784, se inicia como aprendiz masón en la Logia Beneficencia, y comienza a plasmar el simbolismo masónico en obras como La alegría del masón, Camino a la fraternidad, Oda fúnebre, y la Pequeña cantata masónica, de la cual proviene el himno masónico. Su obra póstuma titulada “Pequeña Cantata Masónica”, fue presentada por el mismo su Logia, dirigiendo él la audición; dos días antes de sentirse atacado por la misteriosa enfermedad que le condujo al sepulcro. Era sorprendente verle, en el umbral de la muerte, olvidándose de sí y de su angustia física, cantando la fraternidad unida en el trabajo, y la presencia de la luz en el ímpetu y en el calor de la esperanza. Sólo vivió casi 36 años y dejó una vasta producción de más de 600 obras. Vivió momentos de éxito, reconocimiento y angustia económica, pues, aunque triunfaba, era mal pagado y en otras ocasiones no recibía paga alguna. Su salud fue muy precaria; en diferentes etapas padeció fiebres reumáticas, insuficiencia renal, intoxicación por mercurio, escarlatina, infecciones estreptocócicas, poli-artritis, neumonía, viruela y hepatitis. La secuela de esos males, unida al agotamiento de su organismo fue quizás lo que le envió a la tumba. Mozart fue un médium de la música, un espíritu superior que no se asustaba con la muerte física; por eso afirmó sereno y tranquilo en una ocasión: “Presiento la aproximación de mi muerte, esa que apenas interrumpe un curso para luego comenzar otro, pues morir no es dejar de existir. No temo esta transformación. La siento tan cerca que comienzo a componer mi propia misa fúnebre”. En septiembre de 1791, ya postrado, dice: “No duraré mucho”; y así fue. Murió el 5 de diciembre de 1791, a la una de la madrugada, en la mayor pobreza, olvidado por su amada Viena; dejando incompleta su Misa de Réquiem. El día 6, gris y lluvioso, fue depositado en una mísera fosa común el cadáver del más grande, enigmático e irrepetible genio de la música. insolitohz@gmail.com

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