A lo largo de la historia suelen suceder hechos inexplicables. Algunos cubiertos por un manto de misterio comparable con una película de terror. Uno de esos eventos que aún se mantiene en la memoria de nuestros días es el hundimiento del Titanic, gigantesco barco que desde un principio de su viaje inaugural estuvo marcado por la tragedia, ya que al no más moverlo de su amarradero en el puerto de Southampton, Inglaterra, casi choca con el buque New York que estaba anclado allí. Ante el peligro de la colisión, comenzaron a escucharse gritos de alarma al enredarse las gruesas cuerdas de amarre de ambos barcos, los cuales comenzaron a ser arrastrados por una descomunal fuerza desconocida. De pronto, el Titanic paró justo cuando la extraña succión cesó, y, enseguida, los remolcadores le abrieron camino lentamente al New York, llevándolo de vuelta al amarradero. Minutos después se presentó una situación idéntica cuando otro barco, el Teutonic, se enredó también con las cuerdas del Titanic y lo siguió de cerca hasta que el Títanic logró deslizarse. Luego fue remolcado hacia mar abierto y la tranquilidad volvió a la tripulación y a su capitán, Edward-Smith. Era el barco más grande, el mejor y el más seguro que se hubiera construido. Para hacerse una idea de sus colosales dimensiones debemos recordar que el Titanic pesaba 46.328 mil toneladas, su casco abarcaba 4 calles y cada uno de sus motores de vapor era del tamaño de una casa de tres pisos. Aquel majestuoso navío era como una cápsula del tiempo que contenía los esplendores de una época dorada. Para garantizar la seguridad, 15 mamparas transversales lo subdividían de proa a popa y su doble fondo representaba una garantía más contra accidentes. En la mente de todos los que estaban tanto en tierra como a bordo, se trataba de lo máximo: el barco insumergible.
Después de haber estado en Cherburgo, Francia, el Títanic salió de Queenstown, Irlanda en la noche del jueves 11 de abril de 1912 y entró al Atlántico en aguas que el veterano capitán Smith conocía muy bien. Navegó sin ningún incidente; el mar estaba calmado y el clima despejado aunque muy frío, al extremo de que la temperatura bajó drásticamente durante la mañana del domingo 14 cuando ya varios mensajes recibidos por el operador de radio advertían acerca del peligro de encontrarse con icebergs (gigantescos bloques de hielo). El lujoso barco seguía su marcha a toda velocidad y sus luces titilaban sobre el agua oscura y tranquila: sus poderosas máquinas lo impulsaban a una velocidad constante. De pronto, justo antes de la medianoche, un vigía gritó: "¡¡Iceberg al frente!!" El fatal desenlace de este trágico suceso es una historia más que conocida por millones de personas, razón por la que no nos vamos a extender en su relato, sino más bien destacar una serie de hechos misteriosos y extraños que luego de la tragedia siguen generando muchas preguntas e interminables temas de debate y discusión, a pesar de haber transcurridos ya 99 años de ese lamentable accidente en el cual perdieron la vida 1.495 personas ya que iban a bordo 2.207 y sólo fueron rescatadas 712 personas. En esta entrega nuestros lectores también tendrán ocasión de ver interesantes fotografías originales poco conocidas e imágenes alusivas.
La tragedia del Titanic deja interrogantes que aún no han sido contestadas, relativas a aspectos tales como los binoculares que quedaron encerrados, porque al segundo oficial, David Blair, encargado de la llave del compartimiento donde se guardaban, fue transferido a otro buque y, al bajar a tierra, la dejó olvidada en uno de sus bolsillo y no pudieron ser utilizados; la velocidad en la que se desplazaba el vapor la noche del desastre; el haber desatendido los diversos avisos de alerta acerca de la existencia de grandes bloques de hielo; el impedir el acceso a los botes de los pasajeros que viajaban en Tercera Clase; la cantidad de personas que fueron permitidas para ingresar en los botes salvavidas; cómo fue que el barco se partió en dos cuando se estaba hundiendo, etc. Pero el hecho que indignó más a la gente fue que el trasatlántico llevara menos de la mitad de los botes salvavidas necesarios para cualquier eventualidad, lo que puede considerarse como una gran irresponsabilidad del ministerio de Comercio británico de esa época, cuando sus anacrónicas leyes sólo exigían un mínimo de 16 botes salvavidas para buques de más de 10.000 toneladas y, como se sabe, el peso del Titanic era de 46.328 toneladas, con capacidad para transportar a 3.511 personas. De hecho, la White Star Line, empresa naviera dueña del Titanic había superado la desfasada ley al incluir cuatro botes plegables, con espacio total para 1.178 personas, lo que aún era insuficiente para la cantidad de personas que trasportaba.
En relación al misterio que envuelve al Titanic antes y después de su desaparición, existen historias increíbles, desde las que narran los supuestos malos presagios que motivaron su hundimiento, hasta las que se refieren a situaciones extraordinarias realizadas por parte de algunos pasajeros en los momentos más trágicos de aquel fatídico viaje. Entre esas historias se encuentra una que 20 años antes del desastre escribió el periodista y clarividente William Thomas Stead sobre un barco que se hundía en similares circunstancias al chocar contra un témpano de hielo. En 1892, Stead describía la desesperación del hundimiento, donde los tripulantes eran socorridos por el Majestic, un barco que realmente existía en aquel tiempo y era capitaneado, por insólita casualidad, por Edward Smith, ¡quien dos décadas después sería el primer y último capitán del Titanic! Stead llegó a intuir que tendría un fin dramático y no se equivocó, pues murió en el hundimiento del Titanic. Él no cesó de consultar a videntes para verificar si su intuición era fundada y estos le anunciaron: “Morirás en un desastre marítimo”. Las visiones de la tragedia no cesaron ahí. Otra de esas historias fue bautizada como La profecía del Titanic, ya que 14 años antes que existiera ese lujoso barco, un hombre llamado Morgan Robertson escribió un libro titulado Futilidad, basado en una terrible pesadilla que tuvo, el cual se refería a un vapor llamado Titán al que se le consideraba como insumergible y además tenía casi el mismo peso, longitud y capacidad de pasajeros que el Titanic. En su libro Robertson citaba un inmenso barco considerado indestructible, el cual se hundió una noche de abril en su viaje inaugural, causando una gran tragedia, cuando chocó contra un iceberg. Robertson percibió su pesadilla tan real que decidió plasmarla en esa obra escrita que publicó en 1898, en la que las “coincidencias” con el naufragio del Titanic resultaron sorprendentes por su extraordinario parecido con lo que aconteció años después que él escribiera su libro. ¿Fue acaso su obra una enigmática profecía? Otro misterioso caso es el de un tripulante del Titanic, quien días antes del viaje inaugural soñó con gatos que entraban en una ventana y luego una vidente le previno que no se embarcara y así lo hizo y salvó su vida. Por todos estos hechos, no es casualidad que el Titanic se haya convertido en el barco más misterioso y famoso de toda la historia marina. Gracias a que era el trasatlántico más grande construido por el hombre hasta entonces y a que transportaba a varias de las personas más ricas del mundo, famosos deportistas y, paradójicamente, también a personas de bajos recursos, ilusionadas en poder encontrar una nueva y mejor vida al otro lado del océano. Por lo demás, 1912 era una época donde el crecimiento tecnológico era avasallante y, por esa razón, el hombre creía que esos alcances eran tan perfectos y exactos como indestructibles, pero, lamentablemente no fue así porque la tragedia del Titanic alertó a todos en relación al tema de la seguridad en todos los sentidos. Por estas circunstancias, el hundimiento de ese majestuoso barco sigue siendo considerado como una de las mayores tragedias de todos los tiempos.
“El Titanic no solo era un buque gigantesco sino que estaba lujosamente construido y su interior elaborado en base a cuidadosos detalles de los más finos materiales, como el roble, el cristal y el oro. Aquello era como sentirse uno en un paraíso, donde la majestuosidad, el lujo y la grandeza iluminaban aquel buque de grandes proporciones”. Como es sabido, el Titanic, bautizado paradójicamente como “El insumergible”, colisionó contra un iceberg en su viaje inaugural desde Southampton, sur de Inglaterra, a Nueva York y se hundió el 14 de abril de 1912 al sur de Terranova, Canadá. Desde ese entonces sus restos se han convertido en un lugar tétrico y frío, cual cementerio marino, donde las criaturas de la oscuridad del fondo del mar se esconden en sus rincones y en donde una legión de 1495 espíritus de personas que murieron allí parecieran deambular sin descanso, preguntándose qué ocurrió realmente en ese dantesco suceso. Paradójicamente, la peor amenaza que aún se cierne sobre sus restos procede del propio hombre, puesto que desde su “descubrimiento” se han realizado varias expediciones de buscadores de tesoros que han extraído diversos objetos, tanto de la nave siniestrada como de las personas que murieron en el naufragio y cuyos cuerpos quedaron atrapados en el interior del buque mientras este se hundía. De seguir esas expediciones, con el correr del tiempo poco quedará del gran trasatlántico, por lo que es probable que dentro de algunos años sólo quede el recuerdo de aquel lugar donde un día se hundió la motonave más grande y lujosa de esa época. Cabe recordar que en 1912 el fabuloso barco inglés se dirigía en su viaje inaugural a Estados Unidos y con ese motivo se había organizado una fastuosa fiesta en sus amplios salones con una orquesta en vivo amenizando el baile, abundante comida y las mejores bebidas. En aquellos días, las aguas del mar eran muy peligrosas debido a que inmensos bloques de hielo desprendidos del ártico bajaban flotando hacia el sur, como se lo comunicaron con insistencia a los telegrafistas del Titanic los telegrafistas del Californian, un barco mercante que las cruzaba en aquel momento, pero, que con desinterés y mal humor los telegrafistas del Titanic no le dieron importancia a sus advertencias, contestándoles: “¡Déjennos en paz pájaros de mal agüero, tenemos cosas más importantes que comunicar al mundo! Aquí la gente canta, baila y ríe... Se está inaugurando el barco más potente del mundo. ¡Ni Dios ni el Papa, podrán hundir el Titanic! Déjennos en paz”. Cumplida su misión de alertar a una nave cercana, los telegrafistas del Californian se dispusieron a dormir. Después, ya se sabe todo lo que pasó.
La colisión del Titanic ocurrió a las 23:40 horas y como todos los barcos, viajaba con más rapidez cuanto mayor fuera su velocidad de avance. Murdoch no sólo había detenido los motores, sino que había ordenado dar marcha atrás. Momentos después el capitán Smith se precipitó al puente preguntando: “¿Con qué hemos chocado?”. - Con un iceberg, señor - contestó Murdoch. “Lo hice virar a babor y puse los motores en todo atrás, pero fue demasiado tarde. Lo alcanzó. Tenía la intención de rodearlo por babor, pero chocó antes de que pudiera hacer más. -“Cierre las puertas estancas” - ordenó Smith. Luego Smith le preguntó a Murdoch si había hecho sonar el timbre de alarma y el primer oficial le respondió que sí. Ahora, el capitán Smith se enfrentaba al terrible hecho de que su barco había sufrido daños, aunque él desconocía la gravedad de la situación. Por si fuera poco, Smith no había estado presente en el puente durante la parte más crítica del viaje (¿?). Cuando se dio el aviso de ¡Sálvese quien pueda!, cundió el caos, la desorganización y la anarquía respecto a la ubicación de la gente en los botes, a pesar que se había ordenado que primero deberían abordarlos los niños y las mujeres, orden que se respetó momentáneamente, pero la reacción desesperada de algunos hombres hizo que éstos saltaran dentro de los botes. Peor situación ocurrió con las personas que viajaban en Tercera Clase pues se les mantuvo encerradas durante el hundimiento, impidiéndoles pasar a niveles superiores del barco buscando salvarse. Ese cruel acto de los encargados del barco fue negado en los tribunales luego del hundimiento ya que los únicos testigos de lo que había sucedido eran los mismos pasajeros y, lamentablemente, en esa época la opinión de las personas era tomada en cuenta de acuerdo a su posición social. Una vez que se descubrió que el barco hacía agua, los integrantes de la orquesta dirigida por Wallace Hartley contuvieron sus nervios y se comportaron como unos héroes al seguir tocando para los pasajeros, tratando de calmar sus angustias. Cuando la situación empeoró y ya estaba claro que si llegaba la ayuda no iba a ser lo suficiente como para salvar a todos, los músicos siguieron tocando pero ahora en la cubierta. Ninguno de ellos sobrevivió. ¡Honor a su memoria y a su humanitaria actitud para con sus semejantes!
En el interior del Titanic el agua comenzaba a llegar a la escalera principal, por lo que los pasajeros y la tripulación subían sus escalones tratando de salvarse. En el momento del gran pánico la gente trataba de meterse desesperadamente por las ventanas rotas y la presión del agua rompió también la cúpula de cristal, ahogando a todas las personas que se encontraban debajo. El Titanic iba desapareciendo por debajo del agua helada mientras sus hélices y el timón quedaban a la vista de los botes que se alejaban con la gente temerosa de que el violento hundimiento la arrastrase. Todavía se alcanzaban a ver las últimas dos chimeneas del barco. Desde los botes se podía observar el desastre que sufría el Titanic en su interior y los elementos destrozados, así como los pasajeros a bordo se deslizaban por la cubierta hasta caer al agua, otros se golpeaban con objetos del barco, mientras que algunos caían arriba de otras personas. En un momento, las luces, que habían permanecido encendidas se apagaron, lo que sumió el océano en la más completa oscuridad y, para los que se hallaban en los botes más alejados, el gigante buque se convirtió en un oscuro perfil bajo el cielo estrellado. De repente, el enorme navío comenzó a partirse en dos. Segundos después fue cuando comenzó a hundirse. Había pasado más de una hora del hundimiento cuando Arthur Rostron, el capitán del Carpathia comenzó a distinguir a lo lejos una luz verde que divisó como la bengala de uno de los botes del Titanic. En ese momento disminuyó la marcha y se posó cerca del bote 13 que iba en dirección hacia ellos.
C o n t i n u a r á…