En nuestra vida existen etapas donde mueren seres queridos que amamos y necesitamos como compañeros de existencia terrenal, quienes nos fueron concedidos para ayudarnos en nuestro proceso de aprendizaje en esta vida. Por ello, casi siempre en el momento menos esperado somos sometidos a grandes pruebas, bien por una enfermedad incurable de alguno de nuestros seres queridos, o bien por el fallecimiento de uno de ellos. Perder a un ser querido es una de las experiencias más dolorosas que tenemos que pasar, puesto que se nos va una parte fundamental de nuestra propia vida como padre, madre, hijo, hija, esposo, esposa, hermano, etc. No obstante, aunque morir es un proceso evolutivo natural que se inicia al nacer, nunca nos acostumbramos a aceptar la muerte y ante la realidad de la pérdida del ser amado, el dolor es inevitable. Aceptar y asumir el dolor del adiós requiere permitirnos sentirlo sin avergonzarnos, sin aislarnos y sin vernos como víctimas indefensas, sino como parte de un proceso de aprendizaje existencial. La muerte transciende al ser humano puesto que es un evento natural, equivalente al nacimiento, puesto que ambos son dolorosos e inevitables. Sin embargo, por ser inesperada y nunca deseada, en nuestra cultura es un tabú, sobre todo porque antes las personas morían en sus casas, acompañadas por su familia. Así, niños y adultos se mantenían en estrecho contacto y ese acercamiento al suceso facilitaba la aceptación de la finitud de la vida. A esto se añade que, aunque la ciencia médica ha avanzado mucho en la preservación de la vida, contamos con poca información acerca de lo que psicológicamente nos sucede cuando perdemos a un ser querido. Es bueno señalar que ante la triste realidad uno tiene que permitirse sentirse mal, por ello, el dolor ha de salir cuanto antes, no intentando hacernos los fuertes ya que a la larga eso nos hará más vulnerables, puesto que es imposible pensar en ese ser querido sin experimentar dolor si antes uno no ha sufrido lo suficiente. En estos casos, el dolor emocional no es negativo, sino necesario para avanzar en la vida. Cuando alguien se nos va, hay que buscar descargar el estrés producido por la tristeza a través del ejercicio físico, la relajación, cocinar, pintar, etc. Respecto a la pérdida uno debe desahogarse con alguna persona confiándole nuestro dolor. Eso sí, debemos tener en cuenta que hay muchas personas que no es que no quieran ayudarnos, sino que no saben cómo hacerlo. Cuando integramos un grupo familiar lo saludable es no ejercer control sobre los demás, pues cada persona reacciona a su manera. Unos, aislándose demasiado. Otros, saliendo de paseo con sus amigos, etc. El proceso de duelo no es fácil ya que toda perdida lleva su tiempo en cuanto a sanar las heridas. La pérdida de un ser querido genera cambios en nuestra existencia e incluso en nuestra identidad, porque todo cambio implica una pérdida del mismo modo que cualquier pérdida es imposible sin cambio.
Ante la dolorosa perdida hay que valorar todo lo que esa persona nos enseñó en vida. Luego de su marcha es cuando empezamos notar la importancia de los pequeños detalles de sus actos y palabras cuando le tocó vivir a nuestro lado. Por ello, debemos sentirnos feliz por haber compartido parte de nuestra vida con esa persona y por haber podido también formar parte de su vida. Lo importante es que jamás nadie podrá ocupar su lugar, porque su recuerdo es irremplazable. Todos morimos. La vida es parte de la muerte y como muerte misma, a partir del momento en que nacemos es lo más seguro que tenemos. Pero… ¿acaso la muerte representa el final de todo? No. La muerte no es el final, es solo un tenue velo entre nuestra existencia terrenal y el plano astral. Se trata de una especie de velo de nuestra voluntad, porque después de la muerte lo que siente nuestro corazón no puede cambiar, ya que si escogimos amar a esos seres que nos fueron concedidos como compañeros, los amaremos durante toda nuestra vida y en nuestras otras vidas, máxime cuando al morir nosotros nos volvemos a reunir con ellos. Se trata de del traslado de una vida a otra. Entendiéndolo así, la misma vida dará el consuelo necesario a nuestro dolor y nos permitirá seguir amándolos a través de nuestras oraciones. ¿Debemos llorar ante una situación que nos produce tanto dolor? ¡Claro! Porque además es sano ya que el llanto actúa como una válvula liberadora de la angustia. Más, el lloro deberá disminuir al paso del tiempo, pues es malo llorar siempre a nuestros muertos. Pasado el tiempo, es preferible para ellos y para nosotros recordarlos gratamente, porque los gratos recuerdos permiten su definitivo despegue de este plano terrenal. ¿Por qué es malo llorarlos siempre? Porque el duelo no puede ser eterno. Lo recomendable es orar por ellos y pedirle a Dios que lo ayude a uno a aceptar la pérdida. “No veamos la muerte como un evento trágico, sino como el viaje de regreso a casa”. Suele ocurrir que ante la pérdida del ser querido sintamos tristeza, rabia, melancolía, rechazo, impotencia, depresión, frustración, desencanto o sentimientos de culpa. Por ello, pasado algunos días, se hace necesario intentar retornar a la cotidianidad de nuestra vida. Es la clave para superar tan triste momento. De este modo, procesar el duelo no significa olvidar, sino comenzar a aprender a vivir con la ausencia física de ese ser. Liberarse del dolor tampoco significa dejar de quererle o de recordarle, sino una forma de impedir que la tristeza nos agobie. Esas actividades incluyen liberarse de los lazos con la persona fallecida y readaptarse al ambiente en donde esa persona ya no está y formar nuevas relaciones. No se trata de sustituirla y de que hayamos dejado de amarla o la hayamos olvidado, sino que seguir siendo capaces de continuar viviendo con el consuelo de su grato y nunca perecedero recuerdo. Los espíritus desencarnados se sienten reconfortados al saber que siguen siendo seres queridos para nosotros en este plano terrenal. Es normal que durante el período de duelo nos sintamos con el corazón roto, destrozados. Ante ello, es recomendable expresar y compartir nuestros sentimientos con otros seres queridos. De esta forma, ellos se darán cuenta que piensan y sienten lo mismo que uno. De este modo, esa conjunción de sentimientos los reconforta espiritualmente y los une más ante el dolor y, a partir de ese momento, Dios les enseña a estar mucho más unidos. El proceso del duelo es muy parecido a las etapas por las cuales una herida pasa hasta que queda la cicatriz. Ante la pérdida de un ser querido, las reacciones de los familiares más cercanos son totalmente normales y esperables. Algunas de ellas, nuevas, extrañas, angustiosas y muy dolorosas (incredulidad, confusión, inquietud, angustia aguda, pensamientos que se repiten constantemente, boca seca, debilidad muscular, llanto, temblor, problemas para dormir, pérdida del apetito, manos frías y sudorosas, náuseas, bostezos, palpitaciones, mareos, etc.). Aún cuando uno se recupera de la pérdida de un ser querido, vale señalar que su recuerdo es imperecedero. Aunque lo natural es nacer y morir, nunca estamos preparados para el doloroso momento de esa pérdida. Más, tras la muerte, para los grandes espíritus están reservados los grandes lugares. Ese gran lugar es un regalo y ese regalo es permanecer en los corazones de quienes le quisieron en vida. Eso significa ser eterno y la eternidad es inmortal. Ahora, bendice a tu ser querido desencarnado, recuérdalo con una sonrisa en tu corazón y ora por su eterno descanso.
Es demasiado pequeña la letra, y sobre un fondo oscuro que cansa mucho la vista. Es un tema interesante, sugerencia para mejorar la presentación.
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