Einstein descerebrado


La historia post mortem del cerebro posiblemente más famoso del siglo XX, pone de manifiesto grotescas e inexplicables realidades y conductas inapropiadas de ciertos seres humanos. Tal es el caso del robo del cerebro y de los ojos del cadáver de Albert Einstein, quien nació en Ulm, Alemania, el 4 de marzo de 1879 y murió en el Hospital de Princeton, Nueva Jersey, USA, a la 1:15 de la madrugada del 18 de abril de 1955, a los 76 años de edad; como consecuencia de la ruptura de un aneurisma de aorta del que no había querido operarse. Einstein había ingresado cinco días antes, pero se negaba a ser intervenido, ya que, dadas las circunstancias, “no necesitaba de los médicos para morir”. La tarde del domingo 17 se temía lo peor. El paciente Albert Einstein descansaba dormido aunque tenía dificultad para respirar. La madrugada del 18, la enfermera a su cuidado le oyó murmurar algo. Al parecer, en un tono muy débil pronunció unas palabras en alemán, más no las oyó con claridad pues ella no conocía el idioma. Poco después, Einstein respiró dos veces profundamente y murió. Lamentablemente, dichas palabras se las llevó con él. Pocos meses antes de su muerte había manifestado el deseo de donar su cuerpo a la ciencia, pero no llegó a dejar instrucciones al respecto. Por ello, fue cremado en Trenton, capital del estado de Nueva Jersey, lo cual se llevó a cabo en la intimidad asistiendo sólo doce personas. Se cree que sus cenizas fueron esparcidas en el río Delaware como un homenaje a su gran afición por la navegación. Lo que sí se supo es que antes de la incineración, su cadáver fue objeto del robo de su cerebro y de sus ojos.


En efecto, la madrugada del 18 de abril, el patólogo Thomas Harvey, quien encargado accidentalmente de realizar la autopsia, pensó que sería importante para el mundo científico poder examinar algún día el cerebro de aquel genio de la ciencia y por su propia cuenta y riesgo decidió extraérselo, empuñó su escalpelo realizando una incisión en forma de Y sobre el cadáver aún caliente encima de la camilla, extrajo el hígado y los intestinos y halló casi tres litros de sangre en la cavidad peritoneal. A continuación abrió el cráneo con una sierra circular, extrajo el cerebro y se lo llevó a su casa, conservándolo en formol. Fue su mente tan diferente a la de los demás que resultaba lógico pensar que físicamente, su cerebro también lo fuera o al menos relativamente si nos atenemos a una de sus citas “Lo esencial en la existencia de un hombre como yo es lo que piensa y cómo lo piensa; no lo que haga o sufra”. Paradójicamente, se había acordado inicialmente que la autopsia fuese realizada por el Dr. Harry Zimmermann, neuroanatomista conocido de Einstein y antiguo profesor de Harvey en la Universidad de Yale, pero éste llamó a Harvey desde Nueva York para decirle que le resultaba imposible ir a Princeton. No está claro si el propio Einstein había decidido y autorizado el destino de su cerebro, ni qué había acordado Harvey con Zimmermann. Lo que ocurrió es que Harvey, además de hacer la autopsia completa de Einstein, extrajo su cerebro y lo conservó. Muchos años después se comprobó que lo había procesado cuidadosamente con el fin de hacer un estudio exhaustivo. Pero entonces, Zimmermann reclamó públicamente el cerebro para estudiarlo y Harvey respondió en una rueda de prensa que él mismo se ocuparía de que el cerebro fuera estudiado adecuadamente. Entonces, el hijo de Einstein, Hans Albert, dijo: “No se nos informó nada de la extracción del cerebro y ésta no fue autorizada por la familia”. Enterado del caso, el Hospital de Princeton prohibió la salida del cerebro de ese centro y como consecuencia del conflicto legal y del escándalo periodístico, Harvey fue despedido, pero tuvo el cuidado de llevarse consigo su tesoro, el cerebro de Einstein. Lo cierto es que, después de ese día, el rastro de Harvey, y con él, el del cerebro de Einstein, se perdió y no fue hasta 1978 cuando Steven Levy, reportero del New Jersey Monthly descubrió el paradero de ambos. Insólitamente, Harvey mantuvo durante 40 años el cerebro de Einstein en la cocina de su casa, dentro de un frasco, lo que le produjo un estado de obsesión que le hizo perder sucesivos empleos. Tal situación lo llevó a terminar viviendo en un oscuro departamento, con muy pocos recursos económicos. Durante todos esos años, el destino del cerebro de Einstein se convertió en una especie de leyenda. La historia del patólogo que había robado su cerebro aparecía de vez en cuando en algún periódico local, sin que nadie conociera a ciencia cierta su paradero. En 1996 el periodista Michael Paterniti retomó la historia de Harvey y lo encontró trabajando en una fábrica de plásticos de Kansas. El patólogo vivía en un humilde apartamento y conservaba el cerebro en un recipiente de cristal en la nevera de su cocina. Paterniti se ofreció a llevar a Harvey hasta California, respondiendo al deseo del anciano de visitar a Evelyn Einstein, nieta del científico, con la intención de devolverle el cerebro. De este modo, el periodista y el patólogo se vieron envueltos en una de las peripecias más surrealistas de la historia: un viaje de costa a costa con el cerebro de Einstein en el interior de la maleta de un automóvil, lo que dio pie a que el Paterniti escribiera posteriormente un libro titulado Viajando con Mr. Albert. “Cada vez que parábamos en un autoservicio sentía deseos de gritar: ¡En la maleta tenemos el cerebro de Einstein! Tal situación me resultaba tan inconcebible y turbadora que en esos momentos no estaba en mi mejor forma para poder conducir por carretera. Realmente era una situación surrealista, con el cerebro flotando en un envase Tupperware en la parte posterior de un viejo Buick Skylark 56. Por si les faltaban ingredientes, en el camino cruzan el Medio Oeste y pasan por Las Vegas. Durante todo el trayecto se mantiene una atracción enfermiza ejercida por el cerebro sobre ellos. La dupla llegó por fin a Berkeley, California, donde los esperaba Evelyn Einstein. La nieta del Premio Nobel vio el cerebro sumergido en formol y dijo: "¿Y tanto alboroto por esto?". Tras la conversación, que no pasó la media hora, y asumiendo que el doctor podría volverse tranquilamente a su casa con el cerebro, el octogenario médico se levantó abruptamente y decidió partir por sus propios medios a visitar a un primo que vivía en San Francisco. El acuerdo fue que lo llevarían a la estación de autobús y que su pariente lo estaría esperando a su llegada. Algo desconcertados, lo condujeron hasta el terminal y lo vieron subirse al bus sin dar señales de gran emoción. Pero al regresar al auto, Michael y Evelyn descubrieron en el asiento de atrás un envase con "algo" en su interior flotando sobre un líquido turbio. No necesitaron revisarlo para darse cuenta de lo que se trataba. Para sorpresa del periodista, la nieta de Einstein también desistió de la idea de quedarse con el cerebro, por lo que se lo envió de vuelta a Harvey, quien finalmente regresó a Nueva Jersey con la reliquia en su poder. El círculo terminaba de cerrarse. Después de 40 años y de un viaje completo por Estados Unidos, el cerebro de Albert Einstein volvía al lugar donde todo había comenzado. Tiempo después, el periodista confesaría: “Deseaba que Harvey se durmiera, pues quería tocar el cerebro de Einstein. Debo admitirlo: Quería sostenerlo entre mis manos, acariciarlo, sopesarlo, tocar alguno de los quince mil millones de neuronas ahora dormidas”. Como se cuenta en el libro, el magnetismo que ejerció el cerebro sobre su poseedor terminó por destrozarle la vida. Durante los años que siguieron a la noche del robo, Harvey perdería varios trabajos y arruinaría su carrera como médico, postergando una y otra vez la prometida investigación que aclararía los misterios de la mente del genio. “Para Harvey el cerebro era como un objeto sagrado – explica Paterniti – Vivió con el cerebro de Einstein durante cuatro décadas como su salvador y custodio, como celoso guardián de ese gran tesoro”. Sin embargo, finalmente Harvey quiso compartir su hallazgo y buscó ayuda en otros expertos. Cortó el cerebro en 240 trozos y los repartió entre algunos científicos con el objeto de que lo analizaran. El robo de órganos del cadáver de Einstein no sólo se limitó a su cerebro sino que también le fueron extraídos los globos oculares, acción que realizó el oftalmólogo del hospital, Henry Abrams, entregándole posteriormente el cuerpo a la familia sin que decirles nada de lo que habían hecho. Cuando se conoció el escándalo, la suerte de Harvey pendió de un hilo hasta que la familia del genio le permitió seguir con sus investigaciones. Pasó un tiempo hasta que la comunidad científica le pidió resultados de sus estudios, pero no tenía respuestas a sus preguntas simplemente porque éstos nunca se habían realizado. Sabiendo que nuevamente corría peligro, desapareció. Cuarenta años después, una vez analizados los distintos testimonios, se conoció que la noche en que Harvey diseccionó el cadáver de Einstein terminó siendo una jornada bastante grotesca. Decenas de personas bajaron a contemplar el cádaver del científico y quisieron quedarse con un recuerdo. “Cada uno agarró lo que pudo” - explica Abrams, oftalmólogo personal del genio. Él mismo extrajo los ojos de Einstein sin haber pedido autorización a nadie de la familia y los guardó extrañamente también durante más de 40 años. Además consiguió una carta de autenticidad de dichos órganos, los cuales puso a buen recaudo en la caja de seguridad de un banco de Filadelfia, los que aún se conservan en la caja de seguridad de ese banco, donde Abrams acude una o dos veces del año al para contemplarlos, con los que asegura experimentar una profunda conexión. “Cuando se miran esos ojos se ve en ellos la belleza y el misterio del mundo. Son claros como el cristal y dan sensación de profundidad”. ¿Interés científico, económico, fetichista o mentes desquiciadas?.


El caso del cerebro robado de Einstein es un ejemplo de cómo los mitos urbanos a veces resultan más ciertos que la propia realidad. Y de cómo 15 mil millones de neuronas muertas pueden originar una misteriosa e insólita historia. Actualmente el cerebro del genio está bien cuidado en la Universidad de Princeton. El siglo XX jamás deberá olvidar que, gracias a este genial físico y sus descubrimientos, algunos hombres encontraron el espíritu de la paz, y algunos pudieron volver a mirarse como hermanos ya que la vida seguía siendo digna y respetable, aunque un nuevo periodo acababa de nacer: la temible era atómica, con toda su cruel magnitud y consecuencias.

2 comentarios:

  1. Agradezco los diferentes artículos del blog.Me parecería interesante publicar artículos sobre fitoterapia y homeopatía ya que son herramientas terapeúticas de gran valor para las enfermedades y la evolución espiritual.Lo sugiero porque ha sido el mejor camino que he conicido de curación y autoconocimiento.Cordialmente AMAPOLA DE URUGUAY

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  2. Siempre resulta interesante leer sus articulos
    !Adelante!

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