¿ Dominado por la ira ?


Como pasión del alma, la ira causa indignación, enojo muy violento, deseo de venganza, o violencia contra los demás o contra uno mismo. Es la forma en que alguien se comporta ante un determinado estímulo sin precisar cumplir ningún requisito previo para tenerla. De todas las reacciones humanas, está disponible en cualquier momento y nos asalta en cualquier lugar, hora, o circunstancia. Uno puede enojarse con alguien sin saber nada de esa persona, y sin siquiera conocerla. Para ponerse iracundo no es necesario que uno tenga un carácter irascible. Segundos antes de estallar, uno ha podido estar en plena calma. Por ello, es un error cuando alguien dice: “es que él es así”. Y eso no es cierto. Lo cierto es que aprendió a ser así, y fue “perfeccionando” esa conducta hasta convertirla en una destreza, por lo que puede afirmarse que la ira es una respuesta aprendida, que comienza como una emoción que es apenas una señal de alarma, y luego se transforma en una respuesta global muy compleja y de muy difícil manejo. Como existe la adición a las drogas, al alcohol, o al juego, también existe la adición a la ira. Se es adicto a la ira cuando no se tiene control sobre ésta, lo que se convierte en algo crónico o compulsivo. Se cree que en este tipo de adicción existe una predisposición genética; de padres violentos, hijos violentos. No obstante, ningún adicto a la ira admite su adicción. Y, erróneamente, como el alcohol, la utiliza como un mecanismo para “resolver” los problemas, y ese mecanismo llega a ser autodestructivo, pudiéndose catalogar como una enfermedad de los sentimientos que va destruyendo a la persona que la siente. Su adicción disminuye la autoestima y produce vergüenza y sentimientos de culpabilidad. Contrariamente a lo que se cree, no cambia ni resuelve nada, ni evita ningún hecho o circunstancia. Sólo sirve para hacernos pasar un mal rato y desperdiciar nuestra energía, porque cuando nos enojamos, perdemos los estribos y no entramos en razón. Cuando entramos en cólera, el único impulso que nos guía es el de la agresión; queremos dañar, romper, o destruir, dañándonos a nosotros mismos desde el momento en que dejamos crecer la furia destructiva, porque nos convertimos en una verdadera fiera que va contra todo. Desde el momento que permitimos que nos domine, todo nuestro organismo nos acompaña: Así, nuestro cerebro que no discrimina entre el bien y el mal, ordena volcar en nuestra sangre todas las sustancias necesarias para provocar un ataque de ira, conduciéndonos en muchos casos hasta el agotamiento, la inconciencia o la locura. De esta forma, la ira destruye nuestra paz interior, porque, inexplicablemente, todos somos capaces de emprender el viaje hacia ella, pero no hacia el perdón o hacia la paz interior que reestablece la armonía. Según algunos estudiosos del comportamiento humano, la ira es un fenómeno universal que puede ocasionar grandes perjuicios. “En nuestra época, cuando el estrés es cada vez mayor, ¿quién no se ha dejado llevar por ella en alguna ocasión? ¿Existe alguna manera eficaz de resolver nuestros problemas sin que la ira entre en escena?”. La ira es tan destructiva y dañina que puede amargar nuestra vida y la de quienes nos rodean. Según Mike George, maestro de meditación y desarrollo espiritual, “Es una emoción incendiaria. El primer paso para desapegarnos de ella es convencernos que se trata de una emoción llena de fines inútiles. Nunca nos sentiremos satisfecho de haber dado rienda suelta a nuestra ira. Es difícil encontrar a alguien que, habiéndose enojado, no se justifique después, lo que demuestra que se avergüenza de sí mismo y de su descontrol”. La ira no se da sólo hacia afuera, actúa también hacia adentro. El enojo nos llena de enojo, nos lo damos y se lo damos a los demás. La ira contra los demás puede terminar en asesinato. Contra uno mismo, en suicidio. Existen diferentes formas de sentir la ira: perdiendo los estribos, gritando o sintiendo ganas de golpear a alguien o de romper algo; respirando más rápido; cuando la cara se nos pone colorada; los músculos tensos y los puños fuertemente cerrados. Como seres vulnerables nos dejamos arrastrar por nuestras emociones, pero no debemos permitir que la ira nos controle, porque nos ciega, nos estupidiza, y nos convierte en una especie de bestias obcecadas, pudiendo hacer que gritemos a las personas que queremos o estimamos. La ira no sólo nos acarrea consecuencias psicológicas como la depresión, y espirituales como el pecado, sino que también nos genera dañinas consecuencias físicas como ataques al corazón, y todo tipo de enfermedades, debido a un sistema inmunológico debilitado y, según algunos estudios, predisposición al cáncer. Incluso, la ira reprimida causa depresión y hasta podría llevar al suicidio o al homicidio. Según el psiquiatra Frank Minirth, “La ira representa probablemente el mayor riesgo a la salud y la principal causa de muerte. Si uno consigue liberarse de la ira, habrá alcanzado uno de los mayores logros en el plano espiritual”. Controla tu ira antes de que ella te controle a ti.
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