Desde hace siglos expertos criptógrafos tratan de descifrar los secretos de un extraño y antiguo libro conocido como el Manuscrito Voynich, que, según sostienen algunos filólogos, anticipa descubrimientos de la ciencia y guarda secretos de mundos olvidados y subyacentes. Se considera que las primeras informaciones que se tuvieron del Voynich datan de 1586 cuando fue regalado al Emperador Rodolfo II. A partir de 1666, pasó de mano en mano y recorrió el mundo sin que nadie lograra descifrarlo, hasta que en 1962, llegó a Estados Unidos. Fue descubierto en 1912 en la biblioteca de una fundación jesuita, en Frascati, Italia, por Wilfred Voynich, especialista en libros antiguos, residenciado de Nueva York. Antes formó parte de la biblioteca del Emperador Romano Rodolfo II, hasta su muerte en 1612. Luego fue devuelto a los jesuitas. Según expertos lingüistas, “Es la única obra que no ha podido ser descifrada ni por las más avanzadas computadoras, incluyendo las de la NASA y el Vaticano; debido a que está redactada en una misteriosa clave”. Escrito en fluida caligrafía en un alfabeto desconocido y con 400 dibujos que muestran curiosos arabescos; el pergamino y su caligrafía indican un origen medieval. Los especimenes vegetales sugieren que puede ser un herbario escrito en un lenguaje, idioma o código desconocido pero puede ser descompuesto en palabras, cuyas letras son medio entendibles. No se sabe su origen. En un tiempo, se le atribuyó su autoría a Roger Bacon, monje astrónomo, quien combinó estudios filosóficos, matemáticos y físico- experimentales con la alquimia. En el volumen que este tuvo en sus manos escribió: "Es copia fiel del original que se encuentra guardado bajo las montañas que corren sobre la costa oeste de un lejano lugar, situado en el extremo sur del planeta". Bacon nació en 1214 y murió en 1294, en cuya época América no había sido descubierta y, sin embargo, de acuerdo su mención, ese "lejano lugar" con una cadena montañosa sobre su límite oeste (la cordillera de los Andes), sería un país del extremo sur de América. Según el vestuario de los personajes dibujados, parece escrito en la Europa del siglo XIII, aunque una de sus ilustraciones se parece a un girasol, lo que sugiere que en parte fue escrito después del descubrimiento de América. En 1919, William Newbold, decano de la Universidad de Pennsylvania, trata de descifrarlo. En 1921 señala haber descifrado varios aspectos: “Su sistema es complejo; con lupa descubro un texto secundario microscópico dentro de sus letras. Logro reducirlo a una clave de letras romanas con las que realizo seis “traducciones” diferentes. Hago un anagrama con el que llego al texto final en latín”. En cierta ocasión, al estar descifrándolo, desaparece misteriosamente sin dejar rastros, dando la impresión que se vio obligado a huir precipitadamente, pues, su pipa estaba aun encendida. El libro quedó abierto en una página donde figuraban planos de una extraña máquina semejante a la de las turbinas de los modernos jets, un modelo a escala de lo que es en la actualidad el avión Concorde. En su archivo se encontró este escrito: “Es preciso que el mundo conozca el contenido del Voynich: El ser humano posee una energía muy especial que se gesta en la parte superior del cerebro, y su medida es la de la tercera organización cerebral independiente, ubicada en la columna vertebral. Cada zona intervértebra tiene estrecha y particular relación con el conocimiento asequible al ser humano y actúa a modo de archivo. Dichas zonas están relacionadas con el conjunto sonomedular que tiene su centro de actividad en la parte superior de la cabeza. Mediante esa tercera organización cerebral, civilizaciones desaparecidas, cuyos habitantes dominaban la fuerza de gravedad y poseían máquinas que les permitían horadar la roca, construyendo grandes ciudades subterráneas que se intercomunicaban con el resto del planeta por debajo de la Tierra; lograron impresionantes conocimientos, poniendo en funcionamiento el sono medular. El manuscrito cita una máquina llamada Nilotrona ¿Guardaba esta relación con el río Nilo, los egipcios y sus avanzados conocimientos en psicotrónica? Muestra también un mapa celeste de un sector desconocido del firmamento, donde figuran dos lunas y dos soles. ¿Perteneció el enigmático libro a los egipcios?. Muchos creen que sí y que, a través de sus secretos lograron levantar las gigantescas pirámides. El Voynich fue también analizado infructuosamente por la sección de criptología de la División de Inteligencia Militar de los Estados Unidos. Actualmente se halla en la biblioteca de la Universidad de Yale, como uno de los desafíos que nos ha dejado la historia.
El primer blog venezolano referido al misterio y al enigma. Cada una de sus narraciones permite al lector conocer lo más insólito de los fenómenos paranormales y demás hechos inexplicables. Este blog puede ser leído en 52 idiomas, gracias al traductor Google.
Mozart ¿un espíritu reencarnado?
Wolfgang Amadeus Mozart, compositor austriaco del periodo clásico y uno de los más influyentes en la historia de la música occidental nació en Salzburgo, un frío 27 de enero de 1756, a las ocho de la noche, día en el que al parecer, los dioses concentraron toda la genialidad en un niño que sería bautizado como Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus. Esa genialidad le conduciría por los misteriosos caminos de la perfección haciéndolo destacar como un genio de la música que apenas con tres años de edad, ejecutaba el clavicordio, el órgano el clavecín, el violín y el piano, y componía música clásica; demostrando así que todo ese conocimiento lo traía de vidas pasadas, y como intérprete portentoso que era, a los cinco años compuso su primera obra orquestal y comenzó a dar conciertos; siendo la reencarnación lo único que explicaba sus prodigios musicales. Mozart pensaba la obra entera primero y luego la escribía. A los seis años ya era un virtuoso intérprete, a la vez que hacía gala de una extraordinaria capacidad para la improvisación y la lectura de partituras. A los ocho, siendo un reputado concertista, compone su primera sinfonía. En esa misma época, encontrándose en Londres en una tournée, conoce al cantante lírico Carlo Manzoli, quien lo reta a componer allí una pieza. Accediendo al pedido, improvisó en el clavecín una música como si la conociese de mucho antes. Sorprendido, Manzoli describió luego el insólito hecho: “Aquel niño parecía transformado. Sus deditos agitaban frenéticamente el teclado y la melodía parecía escapar no sólo del instrumento sino de todos sus poros; y tuve la impresión de que los dioses de la música lo estaban poseyendo. ¡Qué belleza melódica la realizada improvisadamente delante de mis ojos estupefactos!. Era capaz de memorizar una partitura para orquesta con sólo escucharla una vez, y posteriormente podía crear en su mente toda una pieza musical incluso antes de ir escribiendo la parte de cada instrumento”. Estudió música con su padre, Leopold Mozart, violinista y compositor de la orquesta de la corte del arzobispo de Salzburgo. “Wolfgang es una manifestación encarnada de la música, la trasciende en momentos de éxtasis, transpirando música bajo la influencia de una especie de escritura espontánea que lo impulsa a proyectar todo lo que le invade, como en un estado iniciático que no puede rechazar”. En 1782 se casa con Constanze Weber. Juntos vivieron acosados por las deudas hasta la muerte de Mozart. En 1784, se inicia como aprendiz masón en la Logia Beneficencia, y comienza a plasmar el simbolismo masónico en obras como La alegría del masón, Camino a la fraternidad, Oda fúnebre, y la Pequeña cantata masónica, de la cual proviene el himno masónico. Su obra póstuma titulada “Pequeña Cantata Masónica”, fue presentada por el mismo su Logia, dirigiendo él la audición; dos días antes de sentirse atacado por la misteriosa enfermedad que le condujo al sepulcro. Era sorprendente verle, en el umbral de la muerte, olvidándose de sí y de su angustia física, cantando la fraternidad unida en el trabajo, y la presencia de la luz en el ímpetu y en el calor de la esperanza. Sólo vivió casi 36 años y dejó una vasta producción de más de 600 obras. Vivió momentos de éxito, reconocimiento y angustia económica, pues, aunque triunfaba, era mal pagado y en otras ocasiones no recibía paga alguna. Su salud fue muy precaria; en diferentes etapas padeció fiebres reumáticas, insuficiencia renal, intoxicación por mercurio, escarlatina, infecciones estreptocócicas, poli-artritis, neumonía, viruela y hepatitis. La secuela de esos males, unida al agotamiento de su organismo fue quizás lo que le envió a la tumba. Mozart fue un médium de la música, un espíritu superior que no se asustaba con la muerte física; por eso afirmó sereno y tranquilo en una ocasión: “Presiento la aproximación de mi muerte, esa que apenas interrumpe un curso para luego comenzar otro, pues morir no es dejar de existir. No temo esta transformación. La siento tan cerca que comienzo a componer mi propia misa fúnebre”. En septiembre de 1791, ya postrado, dice: “No duraré mucho”; y así fue. Murió el 5 de diciembre de 1791, a la una de la madrugada, en la mayor pobreza, olvidado por su amada Viena; dejando incompleta su Misa de Réquiem. El día 6, gris y lluvioso, fue depositado en una mísera fosa común el cadáver del más grande, enigmático e irrepetible genio de la música. insolitohz@gmail.com
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