Desde joven Hitler creyó que algún día sería el dueño del mundo. Mozo pierde a su padre por lo que abandona los estudios y se pone a trabajar. Se siente artista y comienza a pintar. Es época de privaciones y, como vagabundo que dormía en los parques de Viena, tales visiones parecen imposibles. Sobrevive vendiendo sus acuarelas para tener algo que comer. Más, no importan las circunstancias, su existencia miserable choca con su apariencia altiva ya que se cree un “elegido”. ¿Fueron esos difíciles años los que crearon en él un odio antisemita y su idea de raza? Comienza a leer a Nietzsche. Su teoría del superhombre le atrapa. De él aprende el desprecio al cristianismo y al judaísmo. Vaga por los corredores del museo del Palacio Hofburg, fascinado por Las insignias de los Habsburgo, prestando atención a la Santa Lanza, la que atravesó el costado de Cristo. A los 12 años asiste a un concierto y al escuchar una sinfonía de Richard Wagner, experimenta un éxtasis sublime. Desde entonces tiene visiones. ¿Empezó allí la inclinación por lo esotérico en este hombre que llevó al mundo al abismo de una guerra mundial que provocó la muerte de 60 millones de seres? Nadie lo sabe. Se relaciona con sectas y cofradías esotéricas. ¿Cómo pudo pasar de vagabundo a intentar, y casi lograr, la conquista del mundo? ¿Cómo explicar que uno de los pueblos más cultos de la época se dejara embaucar por un advenedizo? ¿Qué eran aquellos símbolos extraños con los cuales se rodeaba? ¿Fue el “enviado” de un paganismo negro y perverso? A los 19 años conoce al librero Ernst Pretzsche, quien negociaba artículos de magia negra y frecuentaba a Guido Von List, antisemita y satanista, jefe de una secta masónica en la que celebraba, bajo el signo de la esvástica, ceremonias en donde el ocultismo, la magia y la sexualidad se mezclaban con el consumo de un cactus alucinógeno, a fin de encontrar “apoyo” para lograr extrañas visiones. Allí conduce a Adolf quien se maravilla al ver símbolos astrológicos, dibujos eróticos, caricaturas pornográficas de judíos, amuletos y máscaras horrendas. Se dedica a la lectura del ocultismo, veladas en la ópera y meditaciones profundas.
En 1914 llega la Primera Guerra Mundial. Tiene 25 años y bajo la bandera del Káiser va a la guerra. Se acaba el hechicero, el librero y Von List, pero quedan las doctrinas, la teoría y el odio. Se alista en la milicia. El 11 de noviembre de 1918, después de haber perdido la vista durante un bombardeo inglés, esa misma noche es objeto de un “milagro”. En una cama del Hospital de Pasewalk, en Pomerania, oye una voz que le ordena salvar Alemania y recupera misteriosamente la vista. Promete consagrar su vida a cumplir tal orden. La misma voz le permite escapar de la muerte en varias ocasiones. En una entrevista con la periodista Janet Flanner, señala: “Durante la guerra, una noche cenaba en una trinchera con varios compañeros de milicia y de pronto oí una voz que me decía “¡Levántate… Vete de aquí!”. Era tan clara que obedecí como si fuese una orden militar. Me puse de pie y me alejé. Inmediatamente, desde el lugar que acababa de abandonar llegó un estampido ensordecedor. Había estallado un obús en medio del grupo donde había estado sentado. Todos mis compañeros murieron”. Tiempo después diría a otros compañeros: “Oirán hablar mucho de mí. Esperen simplemente a que llegue mi hora”. Está decidido a lanzarse para obtener el poder. Tiene una cuenta pendiente que cobrarle a la sociedad que rechazó su “talento”. En el Partido Obrero Conoce a Dietrich Eckart, fundador del partido nazi y practicante de la brujería y el satanismo, a quien en una sesión se le anuncia la llegada de un ser que salvaría a la raza aria. Ese “Mesías” era Hitler, de quien Dietrich dijo: “Lo he iniciado en la Doctrina Secreta, he abierto sus centros de visión y le he proporcionado los medios para comunicarse con los poderes. ¡Síganlo! Él bailará, pero yo he compuesto la música”. ¡Había encontrado la bestia del Apocalipsis! En 1933, al ser designado Canciller, lo inicia en el poder oculto de la sangre y en los rituales mágicos en la mutación de la raza aria. De la sociedad Thule aprende el misterio de la iniciación, la fuerza de convicción y los secretos adivinatorios de la astrología; el poder de la Cábala, las cifras y las palabras. La magia lo conquista dominando su voz ronca, imprimiendo magnetismo a sus palabras y rígida postura a sus ademanes. Ya nadie duda de sus dotes de médium ni de su poder de sugestión. En la bandera incluye la cruz gamada sobre los colores negro, blanco y rojo, que simbolizan el culto de Manes, hereje condenado por la Iglesia. En sus discursos se deshidrata copiosamente por lo que pide que le tengan tres botellas de agua con tres vasos. Durante sus reuniones privadas solía echar rápidas ojeadas tras de sí, como si hubiera alguien. Sólo consumía vegetales, no daba la mano porque temía perder su fluido, temía ser asesinado o envenenado; no dormía por las noches; los excesivos medicamentos lo hacían más neurótico acentuando su locura asesina; era protegido por sociedades secretas, magos, astrólogos y taumaturgos. Tenía a la Iglesia como su enemiga. Cuando supo que el Papa Pío XII condenó sus actos de carnicería, al igual que su cruz gamada, se enfureció. Repudiaba la Biblia y al cristianismo. Cuando cayó Mussolini tuvo la idea de ocupar Roma y derribar al Papa. En 1941 comentó: “Siempre he pensado que la Iglesia debe ser exterminada brutalmente. Voy a poner en los episcopados a imbéciles que prediquen a algunas viejas, para conseguir que la Iglesia se pudra como un miembro gangrenado”.
Hitler simboliza la invocación del mal. Su contacto con entidades demoníacas dio origen a una de las maquinarias de aniquilación más devastadoras. Él tuvo en Satanás a un maestro. Por ello, su condenación eterna en el infierno.