La muerte… ¿principio o fin?


Vivimos esforzándonos por un incierto porvenir. Nuestros pensamientos están siempre referidos a proyectos, a ideales, etc. Así, cada instante nuestro es relativo a cada hora que vendrá o a cada día que seguirá, mientras que el presente nos parece insuficiente, estimando que no es más que la puerta de un prometedor mañana, sin darnos cuenta que comenzamos a morir cuando nacemos. De tal modo, nuestra existencia transcurre en una eterna lucha por la vida y aunque sabemos que tenemos que morir, no lo admitimos; debatiéndonos entre la incertidumbre y la ignorancia, planteándonos: “Nacer y morir. He aquí nuestro dilema. Tenemos miedo a morir pero a vivir también”. Por ello, si la muerte es principio o fin, depende de las creencias de cada uno. Para quienes creen que después de la muerte no hay nada, es el fin. Para quienes creen en la reencarnación; es el principio. “Morir es comenzar a vivir; nacer es empezar a morir. Consideramos la muerte como una tragedia. Pero, ¿no es acaso la finalidad de la vida, vivir y morir? La enfermedad y la vida duelen más, mientras la muerte, al final es indolora (sin sueños, sin pesadillas, sin despertar…). Extrañamente, la agonía es vida porque lucha por preservar la vida, siendo la muerte la mayor interrogante, el temor que nos causa representa uno de los instintos humanos más arraigados, por lo que no deja de atemorizarnos debido a que no sabemos lo que es; por lo que es inútil meditar y obsesionarse con ella. Muchos son los aforismos sobre la muerte. La mitología griega la consideraba “hija de la noche y hermana del sueño”. Las tumbas representan la última postura, el adiós definitivo: “Contra la muerte nada pude”, “A cada vida le toca una muerte”, “Nadie quiere morir y menos el que está cerca de la muerte”, “El que desea la muerte es porque agotó los caminos hacia la vida”, “La vida es un accidente. La muerte es el regreso de la materia a su estado natural”, “Se puede estar ausente en vida, como presente muerto”, “La muerte no es desaparición porque nos reintegra al Universo”. Aunque ignoramos lo que hay más allá del otro lado de la puerta que separa el aquí del allá, todos pensamos en la muerte; sobre todo, cuando envejecemos y el tiempo pareciera pasar más rápido. Según algunas culturas antiguas, nuestro cuerpo físico, destructible, no es todo lo que somos. “Somos mucho más: alma, espíritu, o como queramos llamar a ese principio vital que anima nuestro paso por esta dimensión. Ese algo etérico no está sometido a las leyes de la materia, y precisamente porque es inmaterial se desprende de la cápsula que le mantiene encerrado para manifestarse en este plano, relacionándose con otros seres similares, dando incluso vida a otros, pero después de la vida, inexorablemente viene la muerte, y, después de ella, nos convertimos sólo en recuerdo para quienes nos conocieron”. Antes, a lo largo de los años, la vida se traduce en recuerdos, vivencias, luchas pasadas o acciones que convirtieron nuestros pensamientos en edificios, empresas, instituciones, etc. pero, en un instante todos se vuelven recuerdos o sueños concretados o irrealizados; y así, con ese bagaje, arribamos a la puerta del sueño eterno, ya que, como prisioneros de nuestras ideas, cansados de vivir o de haber cumplido o no con la misión que se nos encomendó, el dolor y el sufrimiento provocan en nosotros el deseo de una pronta liberación, convenciéndonos que en el fondo no hay más realidad que la muerte. Vida y muerte, misterio e interrogante ¿No es acaso el cadáver humano otro misterio? Veamos: minutos antes vemos un ser animado por el soplo de la vida y de pronto se convierte en algo rígido, marchito, yerto, pálido, frío y endurecido, atrapado por el rigor de la muerte, lo que nos produce una siniestra sensación de consternación y temor, porque su expresión trágica no es grata y aunque en vida el difunto fuese la persona más bella, el olor que luego despide su cadáver es detestable, excepto para los insectos y animales carroñeros. Como misterio definitivo, la muerte está estrechamente ligada a la vida. “Para que surja la planta ha de morir la semilla. El hombre muere, la especie sobrevive”.

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